
Fijémonos en los equipos de fútbol. Si uno observa el funcionamiento de diferentes equipos verá que se generan dinámicas muy distintas en cada uno de ellos, y que pueden percibirse desde fuera. En algunos equipos, el conjunto funciona, los integrantes están felices, y hay buenos resultados. En otros, reina el mal ambiente, hay líos de toda clase, y los resultados no acompañan.
¿Qué es lo que hace que un equipo funcione?
Esto es lo que vamos a repasar en este post. Tres estrategias para que un equipo funcione bien. En este caso, un equipo de trabajo en oficina.
Colectiviza éxitos y fracasos
Uno de los objetivos de quien dirige un equipo es el de que sus integrantes se sientan más como camaradas que como concursantes. Para ello, es importante colectivizar los logros, pero también evitar apuntar de forma personal cuando hay fracasos.
Lógicamente, en un grupo siempre hay integrantes que destacan por encima de otros. Este reconocimiento hay que darlo de forma personal. A nivel público, en las reuniones, la recomendación es siempre colectivizar tanto los éxitos como los fracasos. Así todos los integrantes que participaron en el equipo pueden sentirse más integrados en el grupo al verse reconocidos por igual.
Cuando el equipo alcanza un logro, realizar un evento simbólico para que todos los integrantes puedan disfrutar de dicho éxito, ayuda a formar un sentido de unidad esencial para el buen funcionamiento del equipo. Además, promueve interacciones sociales fuera del contexto de una reunión.
Cuando el equipo, en cambio, falla, asumir el impacto de forma colectiva permite que no se generen «ovejas negras». Que nadie se sienta señalado es un factor fundamental para el funcionamiento del equipo. Pues es necesario que todas las piezas funcionen en confianza. Cuando algo falla, se debe hablar personalmente con el responsable, pero a nivel público no se debe señalar.
Metas colectivas – Tareas individuales
En esta línea, cuando un equipo empieza en un proyecto, su responsable debe saber comunicar bien cuáles son los objetivos esperados. Estos objetivos serán siempre colectivos: «todo el equipo debe remar en la misma dirección». Como comentábamos antes, si se logra el éxito, el éxito será compartido.
Pero a partir de estas metas generales, hay que asignar a su vez tareas particulares a cada uno de ellos. Si sólo hacemos esto último, corremos el riesgo de que los integrantes del equipo pierdan el sentido colaborativo. En cambio, si asignamos tareas individuales y mantenemos al mismo tiempo reuniones donde vemos los logros generales, se genera una red que intensifica el sentido de equipo. Y con ello, su productividad y ganas.
Promueve el respeto entre los integrantes de un equipo
Favorecer una actitud amistosa y comprensiva entre los integrantes de un equipo es fundamental. Cada uno tiene sus propias características, y con ellas su propias virtudes y defectos. Saber cuáles son los puntos fuertes de cada persona nos servirá para ponerlos en valor. Y acerca de los puntos débiles, los tendremos en cuenta pero no los pondremos en juego.
La idea es que, en un equipo, cada persona pueda aportar su mejor versión. No se trata de pasar por encima de los puntos débiles: se trata de centrarnos en los puntos fuertes de cada uno y en transmitirlos al resto del equipo.
Esto genera una actitud de respeto mutuo que mejora sustancialmente la comunicación (se escucha más si respetamos a nuestro oyente) y la productividad del equipo.
Conclusiones
Como podéis observar, el sentido común es el que reina a la hora de pensar en nuestro equipo. Aquello que haremos común serán las virtudes y potencialidades de cada uno, así como los logros del equipo. Los defectos y debilidades los trataremos de forma personal para que la dinámica de grupo siempre esté teñida de «buena energía».
Suena sencillo, pero no lo es. Sin embargo, si aplicas estas tres sencillas estrategias observarás cómo las dinámicas de tu propio equipo, si no eran buenas, empiezan a mejorar.